Lo que queda de una muela no se acaba jamás de caer y es la lengua la que columpia esa punta y a cada empujón se lastima inútilmente porque la muela sigue ahí, muerta de risa aunque su contorno esté manchado por un rojo sanguinolento.
Y puntea, acusa el pinchazo, acomete, asimila, retrocede, se encoge, se esfuma que en realidad es esconde y se baña en sus propias fuentes, acaricia las imperfecciones del cielo, escudriña la muralla, verifica cada pliegue, los moja y su brava agua emerge a la luz que termina por cegarla, pincharla de nuevo, como ahí detrás donde la cortan, la muerden, la cercan, la irritan, la amenazan, la queman pero no la matan.